Las Momias de San Andrés

Entre los numerosos enigmas que se esconden bajo el suelo de la histórica Toledo, existen varios enclaves en los que podemos encontrar restos momificados de los antiguos moradores de la ciudad.

Ya vimos en una entrada anterior como en Santo Domingo el Real las monjas conservan los restos de “Sanchito”. En la Sala Capitular de San Clemente encontramos a las conocidas como “Las Trece Venerables”, que se trata de trece religiosas momificadas que se encontraron casualmente en una reforma del convento. En el convento de las Carmelitas Descalzas, y con fácil acceso para los visitantes de su iglesia, descansan los restos incorruptos de la Beata María de Jesús. Y así podríamos continuar con un extenso listado por numerosos rincones del recinto histórico de Toledo.

Fotografías de © David Utrilla Hernández 2014. Todos los derechos reservados. Publicadas en www.davidutrilla.com

Fotografías de © David Utrilla Hernández 2014. Todos los derechos reservados. Publicadas en www.davidutrilla.com

Pero sin duda, por número y estado de conservación, las más conocidas son las que reposan en una cripta de la Iglesia de San Andrés. Aunque continuamente se venga discutiendo su origen la explicación más lógica es que procedan de una monda del antiguo cementerio de la propia parroquia, o del vecino convento de la “Vida Pobre”. Una monda no es otra cosa que una exhumación de los restos de un cementerio cuando hay que dejar espacio para nuevos enterramientos. En este caso lo más extraño es la disposición en la que se encuentran estas momias, y sobre todo el alto número de ellas.

Casualmente encontré el siguiente artículo en la revista “Provincia” de la Diputación de Toledo, que también publicó Luis Moreno Nieto en su libro Toledo; sucesos, anécdotas y curiosidades.

Fernando Montejano narra en Pueblo (6-XI-1969) la visita que realizó a las momias del templo toledano de San Andrés:

“A la izquierda del presbiterio, una puerta de cuarterones aparece cerrada por grueso candado. Tenemos la intuición de hallarnos en el umbral de la muerte detenida por los siglos. Buscamos al viejo sacristán. Llega medroso, dirigiendo sus ojillos turbados a las cámaras fotográficas y a la puerta de cuarterones.

– ¿Qué buscan ustedes en este santo lugar?

– Setenta y dos momias.

Tiembla un instante sorprendido. Dice llamarse Mariano Sánchez, llevar allí muchos años, y jamás haber oído tales patrañas; pero la memoria de Felipe Ximénez Sandoval nos anima a deslizarle un billete entre sus dedos temblorosos. Y surge la cuarta llave.

– No irán ustedes a publicar las fotos – comenta.

– Son para una colección particular.

Abre el candado y nos cede el paso. Entramos en una pequeña habitación, llena de polvo, con un atril antiquísimo, una Biblia desgajada y unos velones de tiempos pretéritos. Al fondo se columbra, en el suelo, una trampilla y el brillo oscuro de una argolla. Tira de ella, rechinan los goznes y deja el paso libre a la cueva.

– Tendrán que descender uno a uno… Tomen estas velas.

Descendemos por una escalera de mano. El recinto es pequeño. La luz que portamos expande claridades siniestras y va mostrándonos contra las paredes, apoyados y amontonados, los restos mortales de la impresionante colección arqueológica. He aquí en toda su dimensión las momias de Felipe, que no pudo hallar José Antonio Primo de Rivera.

Hay vestigios de ropas sobre algunos de estos cadáveres momificados y sus gestos delatan que la muerte que sufrieron fue violenta. Una paz infinita se respira en el antro. Inexplicablemente no hay una mota de polvo. Ante el espectáculo de esta muerte, detenida sin duda por secretos de embalsamamiento, solo persiste una idea: Pulvis eris et in pulvis reverteris.

Fuera aguarda, trémulo, el sacristán, Mariano Sánchez. Le preguntamos la razón de una fecha, 1449, grabada en el púlpito.

– Coincide – nos explica- con la llegada de las momias. Estaban enterradas en San Román y fueron trasladadas aquí en aquel año.

Ello explica que Primo de Rivera y Ximénez Sandoval llegaran a su cita con cinco siglos de retraso. Mariano Sánchez termina:

– Dicen que las momias proceden de las matanzas que se ocasionaron en Toledo entre los Castro y los Lara, cuando Don Manrique, tutor de Alfonso VIII, quiso proclamar la mayoría de edad del rey. Esto ocurrió en 1164.

Ocho siglos… Leyenda o crónica auténtica, todo parece encajar con el polvo que llena las naves de la iglesia, que muestran ya algunos claros en el lento trabajo de las obras de restauración. El sacristán nos acompaña hasta la salida. Allí nos dice con timidez:

– Vuelvan cuando quieran, pero no lo comenten con nadie.

Caminamos de nuevo. Detrás queda la constancia de este lugar. Nosotros nos llevamos el testimonio gráfico de esos seres insepultos que, según Gilles Mauger, José Antonio no pudo encontrar, y según Mariano Sánchez, debieron ser desenterrados ciento treinta y nueve años antes de que Doménico Theotocópuli pintara, para la iglesia de Santo Tomé, su célebre cuadro El Entierro del Conde de Orgaz.

Extraído del nº 84 de la revista “Provincia” de la Excma. Diputación Provincial de Toledo. 4º trimestre de 1973

El siguiente relato, basado en un original de Juan Moraleda y Esteban, explica el supuesto origen de estas momias, que en un principio se conservaron en la Iglesia de San Román, para ser trasladadas posteriormente. Aunque como hemos visto anteriormente no tiene ningún argumento que lo sustente más allá de la fantasía. Además, Eduardo Sánchez Butragueño en su blog “Toledo Olvidado”, recupera la siguiente fotografía de la Casa Rodriguez fechada en 1905 (ir al artículo de Toledo Olvidado).

Fotografía de las momias de San Román, de Rodríguez, recuperada por Eduardo Sánchez Butragueño

Fotografía de las momias de San Román, de Rodríguez, recuperada por Eduardo Sánchez Butragueño

LAS MOMIAS DE SAN ROMÁN

A la muerte de Sancho III, y por la minoría de edad de su hijo Alfonso, la ciudad era gobernada de forma despótica por una facción nobiliaria; los Castro. Don Esteban Illán, un afamado noble que tenía su residencia en lo que hoy conocemos por la Casa de Mesa, contagiado por el ambiente popular contrario a los gobernadores, quiso terminar con el mandato de los Castro partiendo para Maqueda en busca del legítimo rey. Allí, custodiado por gran cantidad de soldados, estaba alojado el joven heredero del trono, que por entonces apenas era un chiquillo de corta edad. Illán recoge al Infante Alfonso y lo trae en secreto a la ciudad, pero como no es fácil esconderlo decide acondicionar la torre de San Román para que el Infante pudiera descansar en un lugar acorde a su alcurnia.

Amanece el 16 de agosto del año 1166, y el sol comienza a acariciar con sus primeros rayos la parte más elevada de la torre de la iglesia de San Román, convertida en improvisado y lujoso aposento real para la ocasión. Los clarines rompen el silencio de la temprana hora despertando a toda la población, a la vez que don Esteban Illán, sosteniendo firmemente el pendón de Castilla desde la torre, grita con los suyos:

-¡Toledo, Toledo, Toledo por el rey Alfonso VIII!.

La población despierta alarmada por el ruido, pero no sabe que partido tomar por miedo a las represalias de los Castro, que de inmediato acuden con todos sus efectivos en un intento de sofocar la revuelta. Pero los de Lara, enemigos acérrimos de los Castro, unen sus fuerzas a don Esteban Illán, y al poco tiempo hacen lo propio gran número de toledanos, igualándose así en número a sus adversarios.

La lucha fue virulenta en todos y cada uno de los rincones de Toledo, y especialmente en las cercanías de la iglesia de San Román, donde la calle quedó prácticamente oculta por los cadáveres de ambos bandos, aunque mayoritariamente de los Castro. Finalizada la batalla quedó triunfante el bando comandado por don Esteban Illán, quedando así los Castro fuera del poder. Alfonso fue declarado mayor de edad, y desde aquel día comenzó a reinar como Alfonso VIII.

Quedan muchos testimonios y recuerdos documentales de aquel acontecimiento, pero ninguno tan horrible y revelador como el que, hasta no hace mucho, podíamos contemplar en una lúgubre y húmeda habitación del templo de San Román. Allí, hacinados en un rincón, se apiñan gran número de esqueletos humanos, mientras que en la parte más profunda del aposento se amontonan numerosas momias que muestran diversas y violentas posturas.

Son todos los que perdieron su vida aquella histórica mañana del 16 de agosto del año 1166.

Mención aparte merece el enterramiento de don Álvaro de Luna en la Catedral de Toledo, del que ya tendremos oportunidad de hablar en un futuro.

Mientras tanto, y para conocer más de las momias de San Andrés, se pueden disfrutar de las excelentes fotografías de David Utrilla en su blog (ver)

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Y de más información de momias en Toledo, por Juan Luis Alonso Oliva, en la imprescindible web Leyendas de Toledo (ver)

Sanchito, la momia de Santo Domingo el Real

Sancho de Castilla y Sandoval, hijo de Pedro I “El Cruel”, tenía apenas siete años cuando murió en la fortaleza de Toro (Zamora) a la corta edad de siete años. No estaba claro el motivo de su muerte, aunque siempre se barajó que fue envenenado por Enrique de Trastámara, hermanastro de su padre y a quien asesinó para arrebatarle su trono. Viendo en el pequeño un posible obstáculo para la sucesión pudo acabar con su vida, a pesar de que el pequeño Sancho no era el primogénito de su padre.

Los restos del malogrado Infante fueron trasladados al Monasterio de Santo Domingo el Real por orden de su hermanastra, María de Castilla, que también era priora de este toledano convento. Y allí permanecieron intactos los restos del niño hasta el año 2004, cuando fue descubierto casualmente en una remodelación del altar. Sin embargo hubo que esperar hasta el 2006, cuando el retablo donde estaba enterrado fue restaurado, y la circunstancia, con la autorización de las religiosas que actualmente se encargan del convento, fue aprovechada por un equipo multidisciplinar de investigadores para estudiar sus restos mortales e intentar averiguar el verdadero motivo de su fallecimiento.

sanchito

En este estudio, coordinado por el director del Laboratorio de Antropología Física de la Facultad de Medicina de la Universidad de Granada, Miguel Botella, participaron también especialistas del Hospital Clínico de Barcelona, el Servicio de Salud de Castilla la mancha, la Universidad de Granada, la Universidad de Alcalá de Henares, y la Dirección General de la Policía Científica de Madrid.

Lo primero que llamó la atención fue el buen estado de conservación de los restos del Infante, que por las condiciones de clima y humedad estaba momificado. Esto permitió que pudiera realizarse una biopsia de los restos de tejido que aún se conservaban, como el corazón y los pulmones, con métodos poco agresivos para respetar al máximo la integridad de los restos. Además se realizó un TAC en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo, a cargo de los doctores José María Pinto y Cristina Romero, que descartó que la muerte de Sancho fuera consecuencia de algún trauma o golpe violento.

Un estudio toxicológico completo, junto a pruebas de microscopia electrónica, descartaron la presencia en sus tejidos blandos de venenos habituales como el cianuro, o de metales pesados como el plomo o el mercurio. Sí que encontraron algún resto de arsénico en su cabello, pero era práctica habitual en su época utilizarlo para embalsamar el cadáver. Por eso se concluyó que la teoría del asesinato por envenenamiento debía descartarse por completo.

Las pruebas en cambio si que detectaron cierta inflamación pulmonar, posiblemente debido a algún proceso inflamatorio de tipo hemorrágico. Todo ello hace pensar que el hijo de Pedro I falleció de forma natural, posiblemente por una neumonía.

Tras hacer la investigación, los restos de Sanchito (como cariñosamente se refieren a él las religiosas), fueron depositados de nuevo en su lugar del hueco del retablo para continuar su descanso eterno. Allí descansa, con vestiduras de monaguillo, bien cuidado por las religiosas de Santo Domingo el Real.

El caso de San Pedro Mártir

Claustro de San Pedro Mártir. Fotografía de José Luis Filpo Cabana

Claustro de San Pedro Mártir. Fotografía de José Luis Filpo Cabana

Si tuviéramos que elegir un lugar de Tóledo célebre por sucesos extraños acontecidos en él, y conocidos por casi todos los habitantes de la ciudad, ese no es otro que el antiguo convento de San Pedro Mártir. Y es que este edificio, hoy reconvertido en Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, es uno de los más visitados por los estudiantes toledanos, ya sea por que están allí matriculados, o simplemente porque van a hacer uso de su amplia y tranquila biblioteca.

Un poco de historia

En el año 1407, sobre unas casas propiedad de doña Guiomar de Meneses y don Alonso Tenorio de Silva, se ubicó en este lugar un convento de frailes dominicos bajo la advocación de San Pedro Mártir. Poco a poco, con el paso de los años, los frailes recibieron en donación más propiedades aledañas o fueron comprándolas, llegando a ocupar una extensión de casi doce mil metros cuadrados. Se dio la circunstancia que tuvieron que unir parte de sus propiedades con un cobertizo, e incluso construir en una calle pública, por lo que el Ayuntamiento les obligó a perpetuidad a que permitieran el paso a los ciudadanos por el interior del templo y del claustro, que por este motivo fue conocido como el “claustro de las procesiones”. Esta obligación debía cumplirse desde la salida hasta la puesta del sol, y estuvo vigente hasta la exclaustración del templo en 1835.

Este convento tuvo gran importancia, no sólo por su tamaño, sino por otras circunstancias peculiares, como por ejemplo que en él establecieron los Reyes Católicos la primera imprenta que hubo en Toledo. Aquí se imprimían las famosas bulas que se comerciaban en la cercana calle que tomó nombre de esta actividad, la calle de las Bulas. La actividad de la imprenta duró hasta finales del XIX, por la constancia que queda de las últimas obras allí impresas.

Otro motivo por el que es célebre este convento es por haber sido sede del Tribunal de la Inquisición en 1485, ya que los dominicos tenían encomendado el juicio de las causas. Desde aquí es desde donde partían a Zocodover los encausados por la Inquisición, camino a la plaza de Zocodover, en donde tendría lugar el auto de fe. Nada más lejos de la leyenda urbana que afirma que en este convento los inquisidores torturaban y ejecutaban a herejes y acusados de injurias contra la fe. En esta época, la de mayor auge del convento, llegaron a morar entre sus paredes más de sesenta frailes, muchos de ellos afamados miembros del Santo Oficio.

Otro capítulo importante del edificio se puede datar durante la invasión francesa, en dónde tropas del ejército de Napoleón lo tomaron como albergue, llegando a causar notables desperfectos.  Son estos acontecimientos los que utilizó Bécquer para una de sus más célebres leyendas,  la de “el beso”, cuya lectura recomiendo encarecidamente.

Estatua orante en la Iglesia de San Pedro Mártir - Fotografía de Fjdrevorio

Estatua orante en la Iglesia de San Pedro Mártir – Fotografía de Fjdrevorio

Tras la exclaustración del convento fue utilizado para fines diversos. Primero como cuartel de Milicias Nacionales. Posteriormente pasó a la Comisión Provincial de Monumentos que lo declaró “Panteón Provincial” y lo utilizó para guardar las obras artísticas salvadas de otros edificios, como diversos mausoleos. En el año 1846 el edificio se cede a la Diputación Provincial, que lo utilizó como asilo, circunstancia que acarreó que la imprenta en esta época se conociera como “Imprenta del Asilo”.

El 27 de mayo de 1993, tras una profunda remodelación, se inauguró el edificio que iba a ser destinado a sede de la Delegación del Gobierno y de la Administración del Estado, pero en la ceremonia inaugural el por entonces Presidente de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha, José Bonó, solicitó al Ministerio del Interior que le cediese el edificio para edificio universitario, fin que hoy en día sigue cumpliendo.

(Historia Tomada del libro “Fantasía y Realidad de Toledo”, de Ángel Santos y Emilio Vaquero, Ed. Azacanes).

Lo que se cuenta

Desde que San Pedro Mártir fue ocupado por cientos de profesores, alumnos, y empleados de la Universidad de Castilla la Mancha son del dominio público los rumores que afirman que entre aquellos antiguos muros suceden algunas cosas que carecen de explicación lógica. Y esto resulta de mayor interés si cabe debido a la coincidencia de los testimonios de numerosos testigos que afirman haber visto algo muy parecido, al margen de su edad u ocupación en el centro.

De hecho los testimonios provienen de alumnos, empleados de limpieza, empleados de seguridad, personal de la Universidad, o simples visitantes.

Uno de los testimonios más repetidos se refieren a la visión de una figura difuminada, que algunos describen como una débil humareda blanca, que suele verse por algunos lugares del antiguo convento, principalmente algunas zonas como el claustro, la biblioteca, la iglesia, o la sillería superior. Afirman los testigos que esta humareda blanca se desplaza como si fuera flotando, y de manera bastante rápida, de forma que nunca suele verse por un periodo superior a tres o cuatro segundos. Algunos testigos han ido más lejos, e incluso afirman haber visto este fenómeno de forma más clara, pudiéndose vislumbrar una figura femenida ataviada con una especie de hábito blanco, como si de una monja se tratase. Esta versión está bastante extendida entre el personal de limpieza, quienes incluso, tal vez para vencer el temor que pudiera causar, se refieren a esta figura como “Encarna”. Y es que, con toda naturalidad del mundo, cuando las limpiadoras van a entrar en alguna de las dependencias en donde suele manifestarse esta visión, lo hacen al aviso de “Encarna, no me asustes que voy a entrar”, llegando a despedirse de la misma forma que entraron.

Cabe destacar que en la historia de San Pedro Mártir no destaca la presencia de ninguna mujer, ya que siempre albergó religiosos del sexo masculino. No obstante casi todos los enterramientos que hay allí son de los religiosos dominicos, con la excepción de dos enterramientos de mujeres traídos aquí durante su uso como “Panteón Provincial)

Estas limpiadoras protagonizaron un conocido capítulo en estos fenómenos de San Pedro Mártir. Tras limpiar una de las aulas de la planta baja del claustro, y dejar perfectamente limpia la clase y bien ordenadas las más de cincuenta mesas y sillas, subieron al primer piso del claustro para continuar con sus labores. Al subir las escaleras vieron que la luz del aula que acababan de limpiar se encontraba encendida, y volvieron con el fin de apagarla. Su sorpresa fue mayúscula cuando al entrar comprobaron que la totalidad de mesas y sillas que habían dejado perfectamente colocadas se encontraban desorganizadas, y eso en apenas un minuto de tiempo. Sin comprender que podía haber pasado, ya que el edificio estaba cerrado al alumnado y sólo ellas y el conserje estaban en ese momento en su interior, se dirigieron a éste, quien decidió llamar a la policia por si alguien se había colado en el centro. Al poco se personó la policía en el viejo convento, y tras hacer una inspección comprobaron que allí no había nadie escondido.

Otro tanto sucede con el personal de seguridad, que tiene que pasar largas horas en San Pedro Mártir cuando no hay nadie más en su interior. Cabe destacar que estos trabajadores son los menos dados a hablar del tema, ya que comprensiblemente pueden temer por su puesto de trabajo. Durante un tiempo desempeñé un puesto similar, y conozco de primera mano que las empresas de seguridad no hacen caso y desprecian este tipo de comentarios de sus trabajadores. Pero aún así son muchos los relatos que en los últimos años por boca de estos guardias de seguridad se han extendido entre la comunidad universitaria, y por extensión entre los ciudadanos de Toledo.

Mucho se ha hablado del extraño funcionamiento de los ascensores durante la noche sin que nadie pueda operar los botones. Los ascensores comienzan a funcionar deteniéndose en cada planta, abriendo sus puertas, y volviéndolas a cerrar. Fenómeno muy repetido en otros emplazamientos similares. No creo que se debiera dar mayor importancia a esto, ya que muchos ascensores están programados para retornar pasado cierto tiempo a la planta en donde hay más afluencia de público. O incluso un fallo en la botonera pudiera causar este extraño funcionamiento. Aún así se comenta que más de un vigilante de seguridad se ha sobresaltado por ello, y no hay explicaciones lógicas que les tranquilicen.

También se habló hace varios años que estos vigilantes de noche escuchaban ruidos en las plantas superiores, como de pasos y arrastrar de muebles, y que cuando subían a comprobar qué era lo que ocurría no encontraban el motivo del ruido de los inexplicables pasos, pero sí encontraban el mobiliario en algunos lugares colocado de forma diferente a la habitual, lo que en más de una ocasión propició la correspondiente llamada a la policía.

Tristes y conocidos son en la ciudad los dos fallecimientos de vigilantes de seguridad durante su servicio nocturno en un lugar determinado; la iglesia conventual. Según se afirma uno de estos fallecimientos puede tener su explicación lógica, ya que el trabajador llegó precipitadamente al cambio de turno y con evidentes signos de fatiga. El diagnóstico del fallecimeinto fue infarto de miocardio. El otro compañero no tiene explicación tan sencilla, aunque posiblemente tenga también su lógica explicación, a pesar de tratarse de un joven sin aparentes problemas de salud. Lo que llama la atención es que un hecho tan poco habitual como es el fallecimiento de un vigilante se haya repetido en un intervalo de menos de diez años en el mismo lugar. Aún así, y debido a lo delicado del tema, son cosas de las que no se ha vuelto a hablar abiertamente.

Portada de la Iglesia de San Pedro Mártir - Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta

Portada de la Iglesia de San Pedro Mártir – Fotografía de Miguel Hermoso Cuesta

La biblioteca de San Pedro Mártir es uno de los lugares más utilizados por la comunidad universitaria de Toledo, y suele estar siempre llena de alumnos que acuden allí a estudiar con tranquilidad. Pero eso es en las horas de mayor tránsito, ya que a últimas horas esta biblioteca no suele estar tan solicitada. De hecho, en épocas de exámenes, la Universidad suele habilitar otras aulas para su uso como estudio. Sin embargo muchas de ellas no son ocupadas, debido al recelo de los estudiantes a permanecer en ellas cuando la ocupación no es alta.

Finalmente son muchos los estudiantes que aseguran haber visto también esta figura vaporosa que se desliza por ciertas zonas, aunque habría que ver si en algunos casos es mera sugestión, o simple afán de protagonismo. Aún así es llamativo que todos los testimonios coinciden en la descripción de esta “humareda o nube blanca”, sin alarde ni fuegos artificiales que exageren la visión.

Lo que sí es cierto que el edificio de San Pedro Mártir es a día de hoy el edificio de Toledo dónde más conocidos son sus extraños fenómenos. Puede ser que tenga una explicación lógica, que se trate de una sugestión generalizada, o incluso cierta histeria colectiva. Pero mientras no llegue esta explicación continuará siendo uno de los misterios toledanos más destacados.

En este enlace se puede ver reportaje sobre el asunto emitido en el programa “Cuarto Milenio” (Buscar 1:33’15”)

http://www.mitele.es/programas-tv/cuarto-milenio/temporada-7/programa-274/